A SOGA Y TIZÓN

Ramón Muñoz

Una desembocadura no es más que el espacio liminal entre lo abierto y lo concreto, entre lo moldeado y lo indefinido, entre la civilización y lo ingobernado. Una construcción no es más que un impasse, un momento concreto a veces paralizado hasta su propia autodestrucción, y otras veces, un elemento mistérico que se debate entre ser ruina o formar parte del progreso. El trabajo de Ramón Muñoz nos hace partícipes del cariz más autobiográfico de la pintura, alejada de nuestro hoy para centrarse en su siempre, donde confluyen elementos de clase y de estilo a partes iguales. Trabajar a partir de la luz, aquella que impasible alcanza tanto la desembocadura como la construcción haciéndolas un todo.

Lo explícito que supone en las obras de Ramón la contradicción entre lo natural y lo artificial hace que esta misma distinción desaparezca formando un conjunto indivisible. Ramón encofra paisajes que recogen escenas cotidianas de su entorno más cercano, aquellas que le vincularon a lo humano antes que a lo divino. Se esfuma la búsqueda del icono, y, a lo Matta-Clark, nos muestra el posicionamiento ideológico que conlleva su forma de pintar: los espacios nacen para ser habitados, aunque a veces sea necesario vaciarlos,- o deconstruirlos-, para subrayar este hecho.

El ladrillo falto de enlucido no es más que otra señal de lo inmediato de una pintura freática en la que la composición impermeabiliza todo aquello que el pintor retrata, ajeno a su entorno más cercano, para drenarlo de vuelta a su forma más sintética. De vuelta al lenguaje de la escuadra y el cartabón.

Ramón nos lleva de vuelta a un ecosistema urbano silencioso que tan solo se desvanece por los golpes repetitivos de un martillo, de las pisadas en un andamio, y el sudor, a cielo abierto, de un trabajo mecánico que, casi invisible, da lugar a aquello que es visible. Su pintura nos deja entrever ese cielo abierto, del que emanan torres de ladrillo que funcionan como soporte y como escenario de un elenco de personajes en estado de espera que, como herramientas, buscan llevar a cabo su labor, están emplazados a un uso concreto, impasibles e inmóviles esperando ser accionados por elementos que no se atisban dentro del propio lienzo.

Estos personajes hieráticos, de nuevo, construidos a escuadra y cartabón, conforman casi esculturas arcaicas, como los kuroi griegos, pero en este caso no son atletas, sino individuos anónimos, cuyos rostros son irreconocibles, vacíos de emociones. No quieren estar, pero deben constituirse como seres inmutables. Son los cimientos, los pilares, y las vigas por las que discurre la composición. En A soga y tizón, Ramón Muñoz lleva a cabo un ejercicio de autodefinición en el que por medio de la pintura y la instalación genera una panoplia de referencias a su trabajo como artista, atravesando tanto sus referencias artísticas como la rutina de cualquier individuo, en constante relación con aquello que le rodea en el día a día.

Texto original escrito por Álvaro Conde.