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FANTASÍA PLACEBO
21 Oct - 3 Dic
FANTASÍA PLACEBO
Fran Baena
La historia (tras su “final en falso” fukuyamiano) está post-producida y se repite más de dos veces, derivando desde la tragedia y la farsa al sainete y la bipolaridad. Atrapados en las montañas rusas ontológicas del narco-capitalismo (sin rastro de ese romanticismo anacronístico del metamodernismo) tratamos de recuperar la presencia cuando el desierto de lo real (prometido “a lo Baudrillard” en Matrix) terminó por tener la disciplinaria lógica del quadrillage pandémico. Si a Fran Baena le preocupa el comportamiento de los hikikomoris, también tiene plena conciencia de que el periodo de “distancia social” ha llevado a una nostalgia de la presencia que tiene algo de rematerialización infantilizante. El imaginario de este joven pintor está dinamizado desde la atmósfera post-internet (nada más y nada menos que su invisibilización cuando se convierte en segunda naturaleza) y, lejos de ser un regresivo que intente recuperar la legitimación cavernícola del “medio”, saca partido de los memes, gifts y la furia de las imágenes de Instagram.
Fantasía Placebo, aunque en principio no lo parezca, es una muestra de lo que a finales de los sesenta se califica como mixed-media: los cuadros son sedimentos híbridos de la vivencia on-&-of-line; cuando el propio Fran Baena, habla sobre estas obras remite, principalmente, al cantante de hyperpop Rojuu y también a la mítica figura de David Bowie en el que se ha inspirado para crear el personaje Saddest Man Guinness Record que él mismo encarna. La música, desde el post-punk al grunge y la sensibilidad emo inspira a Baena que, sin ningún género de dudas, está intentando sacar fuerzas de flaqueza. Desde la “bunkerización” trata, en cierto sentido, de visualizar un relato que no es tanto utópico cuanto hauntológico.
Si en el Laocoonte (1766) Lessing toma como punto de partida la afirmación de Winckelmann según la cual el sacerdote troyano, figura central de la famosa composición marmórea hele- nística, sufre como el Filoctetes de Sófocles y expresa el deseo de que “nos gustaría saber soportar el dolor como lo hace este sublime personaje”, en las pinturas de Fran Baena, superficialmente “divertidas”, no late otra cosa que la tristeza contemporánea que no tiene forma de tragedia sino de una pantanosa obscenidad a la que llamamos “banalidad”. A este artista le obsesiona la relación que tenemos con lo virtual, la adicción digital en la que, buscando la dopamina del like o el corazoncito, caemos en la amarga depresión. Estamos, como apuntara lúcidamente, Geert Lovink tristes por diseño, arrastrados por el tsunami de una “estética del más-es-más”.
Cuando la propaganda política anuncia que “no necesitamos más distopías”, la ansiedad viral sigue afectándonos, no deja de crecer ese sufrimiento mental al que remite explícitamente Fran Baena cuando reflexiona sobre su trabajo. Mark Fisher proponía “polítizar la depresión”, intentando “de-sujetar-se” con respecto a la disciplina neoliberal. De esa pesadilla trata también de librarse Fran Baena y, para ello, ha desatado su fantasía. Acaso ha sufrido también el mordisco de la serpiente y, desde una isla desierta (como aquel Filoctetes atormentado), manda “mensajes en la botella”.
Fran Baena es, valga la pretenciosidad, el psicopompo de las redes siniestras (tan familiares cuando inquietantes) que, con sus pinturas hechas en temple al huevo, nos ofrece un placebo (ese fármaco ya no es veneno-y-antídoto sino una mentira que, por parodiar a Nietzsche, hace la vida soportable) para aguantar como sea posible el sedentarismo-conectivo. Realizando los bocetos con las herramientas de Instagram Stories, termina por jugar con las veladuras tradicionales, sublimando lo cuqui, actuando con una singular intempestividad pero sin renunciar a las dinámicas conflictivas del presente.
Pensando sobre su propia obra, Baena recuerda que el ser humano vuelve, una y otra vez, a hacerse las eternas preguntas que también acosaron a Gauguin a finales del siglo XIX: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? Para Fran Baena el mejor análisis de esas “incertidumbres” se encuentra en El mito de Sísifo (1942) de Albert Camus que él pone en conexión con nuestra modernidad líquida en la que la vida, en cierto sentido parece carecer de todo sentido. Ni siquiera las imágenes infantiles pueden protegernos de las dudas exis- tenciales y tampoco podemos convertirnos (impunemente) en secuaces de los Teletubbies por más “aceleracionistas” que seamos.
Acaso la estética de Fran Baena pueda sintetizarse como una vanitas del (des) tiempo virtual. Su figuración perversa (amarga como el limón y venenosa como la mentada serpiente) es “sintomática” de la generación zoomer en la que lo divertido tiene contornos sombríos. Por más filtros que usemos girando en la rueda del hámster de nuestro narcisismo sélfico, en el estadio del espejo retorna lo reprimido, lo Real angustioso por emplear términos lacanianos. La soledad, la desaparición (en el fenómeno del ghosting reticular) o incluso el suicidio rondan en el imaginario de este artista que se (des)califica como “un completo imbécil”.
Simmel consideraba, en 1910, que el destino trágico se da cuando las fuerzas destructivas se revuelven contra un ser brotando precisamente de las capas más profundas del mismo, como un “desarrollo lógico” de aquella estructura mediante la cual el ser ha construido su positividad. Nuestra singular tragedia de la cultura es un rizoma de superficialidades. Las pinturas de Fran Baena sedimentan el déjà vu, fantasean con algo diferente y quedan colapsadas en la atopía de una comunicación que no transmite nada. Sus “imágenes pobres”, en analogía con las descritas por Hito Steyerl en Los condenados de la pantalla (2014) que son, valga la paradoja, exuberantes y hasta “manieristas” funcionan como sismogramas de la tristeza. Tal vez si nos vestimos, como recomienda Fran Baena, con las “mejores galas medievales-digitales” podremos desbordar la sabiduría de Sileno, transformando el que para Camus era el más serio de los problemas filosóficos (el suicidio) en una fiesta que ofrezca (una mínima) esperanza, algo que solamente puede darse cuando se ha completado el descenso al abismo de la desesperanza. Menos mal que Fran Baena pinta su “melancolía” con tintes de (meta)ironía, ofreciendo, en la era del individuo tirano una última sonrisa, aunque la soga esté a punto de acabar con el monigote. Et in Arcadia Ego o, en términos de la estética de Fran Baena, Anxiety attacks in Paradise (2022). Así está la cosa.
Fernando Castro.
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Detalles
- Comienza:
- 21 Oct
- Finaliza:
- 3 Dic
- Categoría del Evento:
- EXPOSICIONES
- Etiquetas del Evento:
- Fran Baena
Local
- Yusto/Giner Gallery
-
C/Madera nº9
Marbella, Málaga 29603 España - Teléfono:
- +34 951 507 053