Él era nuevo en el barrio. Su padre se había mudado muchas veces por trabajo y esta vez lo hizo en la casa de enfrente.

Yo me fijaba en su ropa de marca y en la calidad de los productos de su nevera.

Me gustaba cómo me trataba su familia, solían invitarme a comer a casa y apreciaban que su hijo tuviese un nuevo amigo. Hablaban de asuntos que nunca escuché en mi familia y cocinaban platos que nunca había probado

Su vida y la mía eran muy diferentes. Se que a él le gustaban los planes y conversaciones que yo le ofrecía. No todo el mundo te invita a salir a pintar a la calle, conocer secretos de la ciudad o descubrir nuevos spots que nunca imaginaste que existían tan cerca de tí. Ver el mundo desde otro punto de vista.

En una de las ocasiones nos pilló la policía pintando. Todo fue un “malentendido”. Lo juro. Quien me conoce sabe que no soy dañino.

Gracias a su padre, no tuvimos que ir a juicio, ni contratar a un abogado. Recuerdo ir al juzgado con mi amigo y su padre, esperar en el pasillo y ver cómo su padre entraba, hablaba con el juez, reían, charlaban y tomaban un café juntos. Yo no daba crédito.

Dudaba si su padre era un capo de la mafia, un policía, otro juez, un político o simplemente un tipo que caía bien. Nunca supe su verdadera profesión.

El juez nos ordenó un arresto domiciliario de 1 mes. Solo podría salir de casa para ir al instituto. Fue muy compasivo con nosotros, pero él no sabía que mi amigo y yo éramos vecinos. O tal vez si

Recuerdo aquél arresto domiciliario con mucho cariño. Pasábamos horas en el tejado viendo el mar, viendo el cielo, la luna y las estrellas. Disfrutando la vida antes de internet. Hablando del futuro. Dibujábamos en nuestras libretas y planeábamos dónde y cuando pintaríamos de nuevo en la calle cuando acabase el arresto.